La Ira de Dios



Muchos creyentes han aceptado establecer una diferencia entre el “Dios de la ira del Antiguo Testamento” y el “Dios de amor del Nuevo Testamento”. De acuerdo con este concepto, el Dios del antiguo Israel fue iracundo y caprichoso, pero sufrió un cambio positivo de personalidad en la época de Yeshúa.


La pregunta es: ¿Qué es la ira de Dios?


Escudriñemos


Establezcamos primero que significa la palabra “ira”. Desde el punto de vista humano la ira es un sentimiento de indignación provocado por acciones abusivas o injustas y se expresa a través del enojo y puede acarrear consecuencias violentas.

La ira de Dios, por otro lado, es una verdad profundamente bíblica, que muestra uno de los atributos de Dios, así como el amor, la fidelidad, la inmutabilidad. Lo que han traducido como “ira“ es el atributo de “justo”. Podemos decir, entonces, que la “ira de Dios”, es el atributo que representa el justo juicio de Dios o su justa retribución sobre los que perseveran en el pecado.  

La expresión hebrea, que se ha traducido como “ira de Dios” en nuestras biblias, viene básicamente de dos palabras, una es “af” que literalmente significa nariz, en referencia a la nariz de Dios. Usualmente, al hablar de “ira de Dios”, la palabra “af” va unida con la palabra “jarah”, que significa “encendió”, de esta manera leyendo de derecha a izquierda: “jarah af”, literalmente se lee “se enrojeció su nariz”, pero han traducido: “se encendió la ira”. Sin embargo, el sentido hebreo de esto, es que el pecado causa alergia a Dios y Él lo rechaza como un humano rechaza con un estornudo algo que le causa alergia. 

Otra palabra hebrea, que se usa en la Biblia para representar la “ira” de Dios, es “ebrah” que significa; indignación, enojo o ira.  Entendiendo esto, podemos decir: que la “ira de Dios”, es en realidad “la indignación de Dios, por el pecado que Él rechaza”.  

Sin embargo, algunos líderes creyentes han enseñado que el Antiguo Testamento está regido por un Dios iracundo, es decir, un Dios propenso a la ira, pero eso no es lo que enseña la Biblia. Por ejemplo, Dios no envió el Diluvio por ser un Dios iracundo, sino porque abundaba la maldad humana en la tierra, y sus planes eran solo para hacer mal (Gén. 6:5). 

A pesar de tanta corrupción humana, en el tiempo de Noaj (Noé), Dios no se llenó de ira, más bien, se llenó de tristeza; lamentando haber hecho a la humanidad en la tierra, y se afligió (יתעצב; yit´atzév) en su corazón” (Gen.6:6).  Entonces determinó un juicio, con base en la multiplicación de la maldad humana (Gen.6.7).

Sin embargo, como “Juez Justo”, Adonai no desató, de inmediato, su “ira”, es decir, su indignación, sino que en primer lugar, por Su fidelidad, apartó a Noaj (Noé) por gracia y le dio instrucciones sobre cosas que no se veían y él obedeció y construyó el arca (Heb.11.7, Gen.6.8, Gen.6.22, Gen.7.5 ).  En segundo lugar, Dios dio tiempo a la prédica de salvación de Noaj, pero pocos aceptaron su mensaje, excepto su familia cercana (2Ped.2.5). 

Dios tuvo paciencia, quizás por unos 100 años, desde que Noaj tenía 500 años (Gen.5.32) hasta que llegó el diluvio cuando Noaj tenía 600 años (Gen.7.6), por eso decimos: “Él es tardo para la ira”, es un Dios de amor entrañable y fidelidad (Ex.34.6).

Pero antes de que se rompieran todas las fuentes del gran abismo, y fueran abiertas las compuertas del cielo, podemos ver que “La tierra estaba destruida (שׁחת; shaját) delante de Dios, y la tierra estaba llena de violencia. Y miró Dios la tierra, y he aquí que estaba destruida (שׁחת, shaját) porque toda carne había destruido (שׁחת) su camino sobre la tierra” (Gen.6.11-12). 

Estos pasajes muestran que antes de que llegara el juicio de Dios (su ira) o mejor dicho su indignación al límite, los malos humanos habían dañado irreversiblemente la tierra y a ellos mismos. La humanidad no podía seguir viviendo en esa “tierra” por lo que el diluvio llega (Gen.7.6), no como una muestra de la “ira de Dios”, sino como un justo juicio, para los pecadores y una bendición para los escogidos por gracia, que perseveraron en la fidelidad y pusieron en práctica las instrucciones (Gen.9.1).

Después de esto, Dios dijo que no volverá a destruir la tierra con diluvio (Gen.9.11), pero esto lo dijo porque volverá a ocurrir un juicio. La humanidad se ha encaminado al mismo escenario de los tiempos de Noaj y la “nariz de Dios” esta llegando al límite de su “estornudo” y esta llamando a los “Noaj” de este tiempo. 

Hoy los pregoneros de la salvación, anuncian que la "nariz de Dios esta enrojecida" pero pocos son los que los escuchan y se arrepienten y muchos desprecian las señales y al igual que en el tiempo de Noaj, la mayoría de la humanidad continúa haciéndose partícipe de la multiplicación de la maldad y la destrucción de la tierra.

Por su amor entrañable, el Dios único que se mostró en el Antiguo Testamento por medio señales y profetas, vino a mostrarse en forma humana con su sacrificio y resurrección, estableciendo que después de su resurrección tenemos un tiempo de gracia, pero terminado ese tiempo (que solo Él conoce), vendrá el tiempo de retribución (el día de la indignación) para los “hacedores de maldad” de este tiempo (Isa.61.2, Luc.4.17-19) 

Cuando leemos “día de la ira”, no es un día literal, sino un tiempo en que Dios expresa su indignación de acuerdo a lo que se haga contra Él y su Palabra, por ejemplo, tratar de engañarlo (Num.22.22), poner dioses a su nivel (2Cro.24.18), no exhibir fidelidad a Yehoshúa (Jn.3.36), torcer la Torah (Ef.5.6), ser desobediente (Colo.3.6).

Esta indignación ya esta en proceso, fue anunciada por medio de los profetas y por el mismo Yehoshúa HaMashiaj y será revelada desde el Cielo contra impíos e injustos (Rom.1.18), por medio del simbolismo de las siete copas (Rev.15.7). 

Este juicio se esta desarrollando en dos periodos de tiempo, el primero inició después de su resurrección con las mentiras y persecuciones (leyes) contra Él y su Palabra, seguido de guerras, hambrunas y desastres naturales en diferentes lugares. Esto es la  tribulación que vivimos hoy.

La maldad humana seguirá aumentando y en algún momento, se entrará al segundo periodo que terminará trayendo la indignación de Yehoshúa nuestro Adon; la tierra se llenará de violencia, no solo física, sino con leyes, que violentan los mandamientos de Dios, haciendo que los humanos vivan de acuerdo a la maldad. Entonces Dios mirará con tristeza al planeta y su “nariz se encenderá”.

Pero antes del “estornudo de Yehoshúa”, serán “levantados y transformados”, los escogidos (Mt.24.31, 1Cor.13.2). Después de esto el "justo juicio” se revelará desde el cielo (Rev.15.1,Mt-24.29), la tierra se tambaleará como un borracho (Isa.244.20), habrá tanto angustia que hasta el más valiente de los pecadores se llenará de miedo, tristeza, ruina y desolación (Sof.1.15), las grandes obras terrenales humanas (ciudades y rascacielos) caerán (Sof.1.16, Isa.24.10), las fiestas humanas terminaran (Isa.24.11). Habrá tanta angustia que la gente andará a tientas como ciegos, porque han pecado contra Adonai. Su sangre será derramada como polvo y sus entrañas como estiércol (sof.1.17)

Los pecadores, los que provocaron la multiplicación de la maldad y la destrucción de la tierra, buscarán salvación, en su plata y su oro, pero eso no los salvará de la indignación de Yeshúa, sino que todos serán sometidos al repentino exterminio (Sof.1.18).

Conclusión 

¿Qué es la ira de Dios? 

Lo que se ha traducido en nuestras Biblias como la “ira de Dios”, es en realidad la indignación de Hashem/Yehoshúa, debido a la multiplicación del pecado, que Él rechaza (le causa alergia).

Esa indignación se expresa mediante el justo juicio de Dios contra los que multiplican el mal y quieren hacerlo ver como bien, los que se enriquecen a costa de la destrucción del planeta y los que se vuelven infieles. La indignación es para los de las tinieblas.

Pero los que pertenecen a la Luz, no deben dejarse embriagar por la multiplicación de la maldad (por leyes de hombre), sino perseverar con dominio propio en la fidelidad de Yehoshúa quien por gracia nos llamó, nos injerta en Él por su amor entrañable y nos da su Ruaj (mente) para mantener nuestros pensamientos puestos en lo que no se ve, es decir, en la Jerusalén Celestial. (1 Tes.5.6-8).

Shalom


 

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