¿Fue Lázaro al Cielo y el Rico al Infierno?

 


I. Influencia Helenística y la Evolución del Concepto del Más Allá

Para comprender la parábola del rico y Lázaro en Lucas 16, es crucial reconocer la profunda influencia del helenismo en la Judea del siglo I. Durante más de 300 años antes de Yeshúa, la cultura griega, con su panteón de dioses y costumbres, permeó las tradiciones hebreas, generando una tensión entre el pensamiento hebraico y el griego. Esta influencia se refleja incluso en la escritura bíblica, con el Antiguo Testamento en hebreo y el Nuevo Testamento en griego, a pesar de que el arameo y el hebreo eran las lenguas vernáculas del pueblo judío.

Esta dualidad lingüística es vital, ya que ciertas palabras, aunque de distinto origen, comparten un significado. Un ejemplo es la relación entre Hades (ᾅδης), el término griego para el lugar de las "almas" que han partido, y Sheol (שְׁאוֹל), la palabra hebrea para el lugar del "cuerpo" los muertos. Ambas son intercambiables en significado, como se observa al comparar Salmos 16:10 y Hechos 2:27:"pues tú no abandonarás mi nefesh (cuerpo) en el Sheol (fosa), ni permitirás a tu Santo ver corrupción." (Salmo 16:10)

"pues tú no abandonarás mi alma (nefesh, cuerpo) en el Hades (tumba), ni permitirás que tu Santo vea corrupción." (Hechos 2:27)

Sin embargo, sus connotaciones culturales diferían. Para los hebreos del Antiguo Pacto, el Sheol era primariamente la fosa o la tumba que recibe el cuerpo muerto, un lugar de cesación de la actividad terrenal. En contraste, para los griegos, el Hades era un lugar de transición para recibir "almas vivas" que continuaban una existencia inmortal similar a la de los dioses. Esta creencia griega, con raíces en culturas antiguas como la babilónica y egipcia, se infiltró en el pensamiento judío antes de la época de Yeshúa, impulsada por el imperio griego de Alejandro Magno.

El helenismo (cultura griega) introdujo la idea de un inframundo, un lugar gobernado por el dios Hades, conceptualizado con divisiones como los Campos Elíseos (para los justos) y el Tártaro (una prisión de tormento para los malvados). Esta creencia griega influyó profundamente en el judaísmo, llevando a una evolución del concepto del "más allá". Así, el Sheol, que era simplemente la tumba como repositorio del cuerpo muerto, comenzó a ser visto como un lugar de recompensa o castigo. Posteriormente, la influencia romana y la latinización consolidaron aún más esta visión de un más allá tanto en el judaísmo como en el cristianismo.


Así, el Sheol hebreo, que en griego era el Hades, pasó a la Biblia en latín como infernus o ínferus, que significa "lugar inferior" o "subterráneo". Este cambio lingüístico, sumado a la asimilación de elementos mitológicos griegos, contribuyó a la configuración del concepto moderno de infierno: un lugar donde las "almas inmortales" de los "malos" son atormentadas eternamente, presidido por una figura (dios Hades) ahora asociada con Satanás, mientras que las "almas" de los justos ascienden al Paraíso o Cielo.

II. Contexto de la Parábola de Lucas 16:19-31

La parábola del rico y Lázaro se sitúa en un periodo crucial del ministerio de Yeshúa en Galilea, donde enseñaba, sanaba y debatía con los líderes religiosos. Específicamente en Lucas 16, Yeshúa aborda el tema de la mayordomía, la responsabilidad de cuidar y administrar algo que no es propio.

En este contexto, la audiencia incluye a fariseos "amantes del dinero" (Lucas 16:14). Yeshúa enfoca su enseñanza en la administración de las riquezas, pero con una distinción crucial: la Torá misma es la verdadera riqueza a la que se refiere, no el dinero terrenal.

Yeshúa inicia con la parábola de un mayordomo infiel para ilustrar la responsabilidad de administrar los recursos que un dueño le asigna. Aquí, Dios es el dueño, la Torá es el recurso (la riqueza), y los fariseos son los mayordomos. Como líderes judíos, eran responsables de la Torá y debían administrarla fielmente, enseñándola tal como la habían recibido. Sin embargo, habían mezclado la verdad divina con sus propias tradiciones y creencias griegas, distorsionando así la riqueza de Dios.

Los fariseos, con su apego al dinero, se consideraban justos (sin culpa) en virtud de sus posesiones terrenales, frecuentemente obtenidas mediante negocios del templo y ritos pagados. No obstante, a pesar de haberles sido confiada la riqueza espiritual de la Palabra de Dios, demostraron ser administradores infieles al utilizarla para beneficio personal.

Es entonces cuando Yeshúa desarrolla la parábola del hombre rico y Lázaro. No está haciendo un relato literal de la vida después de la muerte, sino una parábola con un mensaje directo a los fariseos como administradores infieles.

El sentido inicial de la enseñanza es claro: los fariseos eran malos mayordomos, y su deficiente administración de la riqueza espiritual causaba daño tanto a su propio pueblo como a los gentiles.

III. Interpretación Escatológica de la Parábola

Es crucial entender que la parábola del rico y Lázaro es una narración ficticia que el Señor usa, como comparación (parábola), para expresar una verdad importante. Yeshúa utiliza conceptos culturales influenciados en el judaísmo, por la mitología griega, como el Hades y el Seno de Abraham, para contrastar la visión bíblica del Sheol. Estas creencias mitológicas se habían convertido en "verdades de hombres" a pesar de que la Palabra de Dios es clara: no hay un lugar donde los muertos residan inmediatamente "con vida" después de morir, sean buenos o malos. 

Las Escrituras indican que "los muertos nada saben" (Eclesiastés 9:5-7) y que después de la muerte, lo que sigue es el juicio (Hebreos 9:27). Los propios hebreos de la época sabían que Abraham estaba muerto (Juan 8:52) y sus restos reposan en la cueva de Macpela (Génesis 25:8-10). Yeshúa mismo enseñó que "viene la hora en que todos los que están en los sepulcros (Sheol) oirán su voz, y saldrán: los que hicieron lo bueno, a resurrección de vida, y los que practicaron lo malo, a resurrección de juicio" (Juan 5:28-29), y el juicio será para vida eterna o para dejar de existir eternamente (Daniel 12.2).

Es crucial entender que la Biblia no afirma, mediante esta parábola, que el rico y Lázaro son individuos reales que fueron a un infierno o un paraíso literal inmediatamente después de morir. Más bien, Yeshúa los usa como símbolos para contrastar las obras de dos tipos de personas y las consecuencias de sus acciones.

El hombre rico de la parábola simboliza a todos aquellos líderes que, con acceso a la Torá y sus privilegios, se cegaron por la creencia de merecer el "Seno de Abraham" (la salvación) simplemente por ser herederos biológicos de Abraham y receptores de la Palabra de Dios, la cual creían poder manipular a su antojo.

Por otro lado, Lázaro (del hebreo El'azar, "Dios ha ayudado"), representa a los judíos considerados "impuros" (como leprosos, samaritanos, prostitutas, publicanos y pobres en general). Los perros lamiendo sus llagas simbolizan a los gentiles, quienes eran excluidos de la "casa" de Dios (Su familia). Las "migajas" que Lázaro representan las tradiciones y leyes de hombres que se les ofrecían a estos "impuros" en lugar de la verdadera Torá. En la parábola, los perros (los gentiles) desaparecen y quedan representados en Lázaro porque se mezclan como un solo pueblo (Oseas 8:8).

Mediante esta parábola, Yeshúa revela la verdad de lo que ocurrirá a Su regreso con la resurrección de los muertos. Él enfatiza que las decisiones y actitudes tomadas en vida tienen consecuencias eternas, y que no hay una segunda oportunidad para arrepentirse o cambiar el destino una vez que la vida terrenal ha concluido (Lucas 16:24-26).

La parábola de Yeshúa trasciende el tiempo, enseñando que los "ricos" son los líderes congregacionales con acceso a la riqueza de la Torá. Sin embargo, su enfoque materialista los lleva a descuidar la administración espiritual de esa riqueza y a no compartirla con fidelidad a los necesitados. Cuando Mashiaj regrese, estos líderes buscarán mantener su autoridad y clamarán a Yeshúa pidiendo misericordia: Señor, Señor ¿no profetizamos en tu nombre...? 

Los fariseo que escuchaban a Yeshúa en aquel tiempo incluso rogarón por un milagro: que un "Lázaro" resucite para advertir a sus cinco hermanos (los saduceos, escribas, zelotes, esenios y herodianos), con la esperanza de que, al presenciar tal señal, ellos finalmente se arrepientan.

La enseñanza de Yeshúa es clara y atemporal: quienes, como los fariseos, actúen con infidelidad en vida, no tendrán la oportunidad de arrepentirse después de muertos. Además, sus sucesores, sin importar la época, seguirán siendo mayordomos infieles. Aunque posean la riqueza de la Palabra, la administrarán de manera deficiente.

Por eso, ante el pedido de un milagro —que Lázaro resucite y advierta a sus hermanos—, Yeshúa responde: "Ellos tienen a Moisés y a los profetas; que los oigan". Aclara así que, incluso si vieran a un "Lázaro" resucitado, tampoco se arrepentirían (Lucas 16:27-31).

Yeshúa estaba denunciando la profunda infidelidad de los líderes fariseos y sus seguidores a la Torá. A pesar de que Moisés y los profetas habían anunciado la venida de Elohim en forma de hombre, su sacrificio y su resurrección, ellos se negaban a aceptar al Mesías.

El hombre rico, que simboliza a aquellos que distorsionan la Torá, pedía una señal drástica: "que alguno de entre los muertos se levantara y fuera a presentarse ante sus hermanos" (Lucas 16:30).

Poco después de esta parábola, Yeshúa se levantó de entre los muertos. Sin embargo, los mayordomos infieles no se convencieron ni se arrepintieron.


Conclusión

La parábola del rico y Lázaro en Lucas 16, no describe un viaje literal al cielo o al infierno inmediatamente después de la muerte. En cambio, Yeshúa utiliza un formato parabólico, adaptado a las concepciones culturales de su audiencia, para enseñar una profunda verdad sobre el juicio final y la separación definitiva entre justos e impíos que ocurrirá a su regreso. La parábola ilustra que, tras la muerte, tanto "ricos" (lideres infieles) como "pobres" (judíos y gentiles fieles) irán a la tumba (Sheol), un estado temporal sin posibilidad de alterar las decisiones de vida. Ambos aguardarán la resurrección. Será el juicio divino, basado en la fidelidad mostrada en vida, lo que determinará su destino eterno: la vida o el desprecio.

Shalom.


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